Adoro a Alberta Ferretti, me parece una mujer que sabe vestir (y no travestir) a la mujer. Sus diseños son delicados, femeninos (en el mejor sentido de la palabra: no son ñoños, son feéricos) y atemporales. Pero tengo que admitir que por encima de la Ferreti, adoro a la Schiffer. Me parece un prodigio de mujer. Un milagro. Está ahora mejor que hace 20 años. ¿Cómo lo hace? ¿Hay una foto suya, de Herb Ritts, que envejece en los sótanos de casa mientras ella va perdiendo arrugas y ganando savoir faire?
A mí, en pleno apogeo de las top, quien me enloquecía era Linda Evangelista, pero creo que está echando una madurez un poco apoltronada, un poco señorona, un poco ajamonada, un poco Liz (con una garrafa cerca). Naomi está divina, sí, pero la frente le llega ya por el occipucio. Cristy, la belleza clásica, se ha quedado anclada en eso, en el clasicismo. Cindy… paso de Cindy: su lunar siempre me pareció una verruga. ¿Y qué decir de Karen Mulder, esa mujer que decidió seguir los pasos de Michael Jackson en el proceloso camino de la cirugía (solo que ella ha optado por agredir a su cirujana)?
No, aunque en su época no era, ni mucho menos, mi favorita, Claudia Schiffer se ha convertido en la reina de las top. La que mejor ha sabido envejecer (si es que ha envejecido algo), la que mejor ha sabido reinventarse de émula de Brigitte Bardot en sus comienzos a gran dama tipo la Deneuve en Belle de jour. Es capaz de estar sexy para una producción del Vogue alemán dedicado al sexo, fotografiada por Mario Testino, y divina, marmorizada viva, para la publicidad del perfume de Ferretti. Yo, ante Claudia, me quito el sombrero (de Philip Tracey). Y me lo como si hace falta.
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